jueves, 21 de noviembre de 2013

El Faro.

Fui junto a mi padre al puerto, a ver los barcos. Me encantaron todos, había más grandes y más pequeños aunque el que más me gusto era enorme. De repente vi una pequeña barcaza, sin nadie, no tenía dueño seguramente. Quería subirme, para eso se lo dije a mi padre. Me ayudó a subirme, me fui lejos, muy lejos. Mi padre ya no podía divisarme, él me esperó. Había casi oscurecido, ya casi el sol se había escondido, entonces fue cuando llegué remando. Me bajé con su ayuda nuevamente. Él me subió en sus hombros como solía hacer y nos fuimos a casa, yo jugaba con su sombrero. Nos sentamos en el piano, quería enseñarme a tocarlo. Mi padre lo tocó primero y luego lo hice yo a mi manera, tocando diversas notas que no eran de ninguna canción. Fueron pasando los meses y estaciones. Conseguí un barco algo mayor, ya no era una barcaza aunque seguía siendo pequeño. Seguían pasando los meses y cada vez iba teniendo barcos mayores hasta que uno de los días hablé con mi padre, iba a irme muy lejos. Él asintió tranquilo y yo me fui. Volvía cada semana, y así sucesivamente hasta que echaba meses en mi barco, cada cierto tiempo iba mandando algunas cartas que mi padre recogía. Yo le contaba lo que hacía.  Yo no me daba cuenta de que mi padre poco a poco iba envejeciendo, y ya apenas podía caminar. Las cartas se iban acumulando una tras otra en el buzón. Cuando volví a los años vi todas las cartas y rápidamente subí a la casa muy preocupado ¿Qué le estaría pasando?¿Por qué estaban allí todas aquellas cartas? Cuando entré allí estaba, en cama, con los ojos cerrados y muy débil. Le abracé y le levanté cuidadosamente. Nos sentamos en el piano como aquella vez cuando yo era pequeño. Lo toqué y mi padre también pero apenas tenía fuerzas, cosa que hizo que cayese sobre mis brazos su cuerpo inerte. Me fui de nuevo. Era incapaz de volver. Uno de los días volví con mi esposa y mi hijo. Entramos en la casa y me senté con mi hijo en el piano. Lo toqué y mi hijo rió feliz. Parecía gustarle.

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